CHICAGO — Carlos Tortolero tiene compañeros de oficina. Diecisiete, en realidad.
Antiguo profesor de historia de instituto, Tortolero, de 69 años, “ama(ba) el México antiguo”. Si no está en el Museo Nacional de Arte Mexicano, que dirige desde que abrió sus puertas en Pilsen en 1987, probablemente esté en México, recorriendo museos y yacimientos arqueológicos. Guarda 17 réplicas del tamaño de un puño de cabezas olmecas - enormes esculturas de basalto de ceño fruncido que pesan varias toneladas y tienen una antigüedad media de unos 3,000 años - detrás de su escritorio, una por cada una de las que han sobrevivido hasta la era moderna.
Detrás hay fotos de Tortolero junto a los objetos reales. Hasta ahora ha visto 15; sólo le faltan dos. Quizá, por fin, consiga verlas. El 31 de diciembre se jubila del museo que fundó.
“Soy aficionado a los deportes”, dice Tortolero. (El ex lanzador de los Dodgers Fernando Valenzuela sonríe desde una caja de Corn Flakes de Kellogg’s colocada encima de las minicabezas olmecas). “Te enfurece ver al pobre tipo que apenas puede caminar por el campo ..... Hay un momento, y es el momento perfecto para irse. Tenemos un gran consejo, un gran personal. Y el museo está en el mejor estado financiero y de programación de su historia”. Golpea su mesa dos veces, como para que le dé suerte.
Tortolero lo sabría, porque ha estado en el museo antes de que fuera un museo. Nacido en Nuevo Laredo (México), Tortolero se trasladó con su familia a Chicago, a la calle Taylor, cuando era un niño. Es el mediano de cinco hermanos; sus padres eran contables. Después de graduarse en la UIC, Tortolero se convirtió en un descontento profesor de historia en Bowen High School en el sur de Chicago, donde el plan de estudios descuidó por completo la historia mexicana y mexicoamericana.
“Siempre me peleaba con el director. No había materiales para enseñar a los niños que fueran decentes. Era horrible”, dice.
En 1982, él y otras cinco personas -la mayoría colegas de Bowen- reunieron 900 dólares para fundar lo que entonces se llamaba el Museo del Centro Mexicano de Bellas Artes. A la hora de decidir dónde ubicar el museo, el centro de la ciudad nunca estuvo en la carrera. De los barrios mexicanos de Chicago, Pilsen fue elegido finalmente por su vena de justicia social: Organizaciones sin ánimo de lucro como Mujeres Latinas en Acción, Alivio y El Valor estaban cerca.
Nadie del equipo fundador era especialista en arte, por lo que Tortolero y la presidenta fundadora, Helen Valdez, lo contrataron por primera vez en 1986. Al año siguiente, los fundadores consiguieron una casa de campo de la época de la WPA en Harrison Park para albergar el museo, firmando un contrato de arrendamiento con el Distrito de Parques.
Hoy en día, el Museo Nacional de Arte Mexicano cuenta con 40 empleados y un presupuesto que ronda los 8 millones de dólares, con un aumento significativo en 2021 después de que el filántropo MacKenzie Scott donara 8 millones de dólares al museo. La humilde casa de campo se amplió en lugar de ser arrasada en 2001, creando la huella actual del museo.
“Hay algo muy mexicano en la forma de construir. Éramos como los mayas, los aztecas: construían encima de las cosas. Y de las reglas del mundo del arte que no tienen ningún sentido, mi favorita es que las paredes tienen que ser blancas, blanquecinas o crema”. Tortolero se burla. “¿Has estado en México?”.
Para Tortolero, el mundo de los museos está plagado de normas absurdas. Así que las rompe con gusto. ¿Por qué no debería seguir siendo gratuito el Museo Nacional de Arte Mexicano? ¿Ofrecer pruebas COVID y mamografías? ¿Ayudar a financiar películas independientes? ¿Ofrecer un Baile Queer anual, como lo ha hecho desde 2003?
“Demasiada gente ve estos espacios como centros de lucro, en lugar de centros comunitarios”, dice Tortolero. “Quiero recaudar dinero; no soy estúpido. Pero recaudemos dinero de la gente que puede darlo”. Siempre que hablo en el centro, digo: ‘Oh, veo vestidos y trajes muy bonitos, pero cuando esto acabe, te perseguiré por dinero. Quítate esos tacones y adelántate’”.
Por cierto, muestras de las paredes de la galería del Museo Nacional de Arte Mexicano, al momento de escribir: Menta. Amarillo girasol. Bermellón. Un fucsia estridente casi sacado de la película “Barbie”.
¿Pero sin Tortolero entre ellos? Habrá que acostumbrarse.
-Hannah Edgar es escritora independiente.
-Traducción por José Luis Sánchez Pando/TCA